¿Qué es la Consciencia?

La conciencia es el tema central de nuestra búsqueda y probablemente es el ojo del huracán en torno al cual gravita todo el devenir humano desde el principio de los tiempos. Como mencionamos anteriormente, es el responder a preguntas centrales que nos han quitado el sueño durante siglos y que por otro lado, nos han invitado a soñar.

Encontramos en las diferentes filosofías del mundo y en las diversas civilizaciones de nuestra historia, interpretaciones variadas a este tema dentro de las cuales algunas coinciden, y otras se diferencian radicalmente.

Por otro lado, la ciencia ha procurado dar respuesta a esta interrogante, pero desde un ángulo diferente y nos parece que se ha enfocado más en el funcionamiento del cerebro humano, la memoria y la relación del individuo con su entorno; creemos que su esfuerzo es loable pero hasta cierto punto limitado; gira obsesivamente en torno a los mismos fundamentos de la experiencia humana (suponer que lo real es lo que perciben nuestros sentidos), para estrellarse estruendosamente contra una pared que le impide avanzar más allá.

Actualmente, en los albores del siglo XXI, las diferentes disciplinas del saber humano ya están colaborando en buscar una respuesta más amplia a este concepto, que se nos antoja resbaloso, evasivo y tal vez todo ello porque simplemente es inefable.

No pretendemos en esta reflexión darle una definición al término; nos parece que sería arrogante y ocioso el intentarlo. ¿Qué hacer entonces? …simplemente apreciar la inmensidad del concepto y maravillarnos sobre las diversas profundidades de su interpretación. Abramos pues, nuestra reflexión:

Reconocemos un principio cuyos orígenes se pierden en la historia de la humanidad y que reza:

“… Dios es y se conoce a sí mismo

Analicemos muy brevemente sus implicaciones; este enunciado está conformado por dos eventos:

  • el acto de Ser, que como tal es insoslayable y para ello nos apoyamos en esa reflexión de la cultura griega conocida como el principio de no contradicción:

“…el Ser es y no puede no ser”

de esa manera comprendemos que existe una esencia, una realidad manifiesta en el tiempo y en el espacio y que en suma se encarna en el universo infinito tal y como lo comprendemos y tal vez, más allá aún.

  • el acto de conocer(se) es la segunda parte de este principio y en el que reparamos en esta ocasión. Es en ese acto donde se gesta la conciencia de lo que ya es, de lo absoluto, de lo real; y parecería ser que para poder llevar a cabo este acto de conocimiento, se precipita la experiencia del Ser. La materia cobra vida y movimiento; va avanzando hacia la perfección de su manifestación.

El factor tiempo interviene en esta ecuación y a la vez que nos “ayuda” para comprender los procesos de la naturaleza, nos bloquea en nuestra cabal comprensión de las causas metafísicas de la vida; sucumbimos al mundo de las apariencias y limitaciones. Vivimos presos en una mirada lineal de la vida, en la que concebimos la existencia de un “pasado y un futuro” y el único y real momento, llamado “presente” se nos convierte en una imagen escurridiza e inaprensible.

La ciencia tradicional nos propone que la historia del planeta, de la humanidad y del universo mismo tal y como lo conocemos, puede implicar millones de años; pero tal vez, y aquí viene un gran atrevimiento en nuestra disertación: para Dios, toda la historia conocida (y desconocida) equivale a un suspiro, un instante, una salpicadura en el océano cósmico. Todo ha sido como es y será: UNO y lo mismo, por la eternidad.

En resumen, intentando extractar una conclusión de todas estas reflexiones, nos parece digno de explorar el hecho de que en el gran concierto cósmico el verdadero sentido de la vida se limita a darnos cuenta de nuestra real naturaleza:

  • que Yo Soy y no puedo no ser
  • que el acto de la vida consiste en devenir consciente de este hecho (lo que se conoce como el recuerdo de sí)
  • que realmente no existe ninguna amenaza que pueda atentar contra nuestra naturaleza

Finalmente, al desmenuzar el término “conciencia”, podríamos suscribirnos a su interpretación más elemental y prosaica, pero también probablemente la más elocuente que es: con conocimiento.

Las Escuelas orientales han hablado mucho del acto de despertar, implicando por ello que de una forma real o metafórica estamos dormidos; que vivimos en una ensoñación que confundimos con la realidad y que se nos ha olvidado que lo que nuestros sentidos perciben no es otra cosa más que la sombra borrosa y fugaz de nuestra verdadera esencia; es decir, vemos una proyección de nosotros pero no nos percibimos realmente como somos.

“…la vida es sueño y los sueños, …sueños son…”

Pedro Calderón de la Barca

Vivimos, por así decirlo, atrapados en ese mundo de ilusiones y al no tener un recuerdo verdadero de “quien soy”, construimos la estructura ilusoria llamada ego o personalidad. Es el ego el que interpreta más allá de los sentidos del cuerpo humano un mundo disociado a él, desconocido y finalmente amenazante. Es así como surge el concepto del temor y la necesidad de la defensa y es así como vemos a todos los demás seres sintientes como diferentes, ajenos a nosotros y contra los cuales tenemos que competir o aliarnos, para negociar nuestro sentido de felicidad material o tal vez de realización moral. Sucumbimos, por así decirlo, a una esclavitud de nuestra percepción e intelecto.

En este sentido es sumamente importante que trascendamos en nuestro esfuerzo por vivir mejor, más allá del simple logro del bienestar material de un mundo objetivo cuyas premisas son la acumulación de riqueza, de posesiones, de relaciones y de conocimientos que, al intentar alcanzarla, nos alejamos más y más de nuestro verdadero objetivo en la vida que es el recordar quienes somos. Nosotros sustentamos que en adición a esta conciencia objetiva, invirtamos nuestro esfuerzo de vida en el desarrollo de la conciencia subjetiva y trascendente.

Apoyados en todas premisas aquí expuestas, creemos que la realización del ser humano está garantizada en el plano espiritual y que por consiguiente, toda la tragedia y sufrimiento que experimentamos a lo largo de nuestras vidas no es más que la suma de los diferentes escalones que vamos subiendo para culminar en esta conciencia. Redundando, si lo viéramos exclusivamente desde el enfoque material objetivo, caeríamos irremisiblemente en un sinsentido del universo.

Vemos con mucho optimismo, que muchos pensadores están convergiendo en la misma dirección de nuestras reflexiones; nuevas disciplinas en diferentes lugares del mundo están proponiendo la revisión del método científico tal y como lo conocimos en el siglo XX, para atrevernos a conocer el universo con una mirada más amplia, observante y reflexiva, que nos lleve al recuerdo que tanto anhelamos.

Para ello, parecería menester que regresemos a la simpleza, al silencio interior, la ingenuidad y la inocencia. Es como la superficie de un lago que en quietud total es capaz de reflejar la grandiosidad del cielo.

La reflexión inicia aquí y es probable que nunca termine; esa es nuestra búsqueda y la habremos de encontrar en la quietud de nuestra mente;

El silencio es la verdadera voz de Dios.