“…No vemos las cosas como son, vemos las cosas como somos…”
Emmanuel Kant
En el idealismo de Kant, una combinación tanto de racionalismo como de empirismo, se plantea que aunque las cosas del mundo sí sean reales y las veamos, no podemos llegar a conocer su esencia. Normalmente las cosas las interpretamos según la imagen que registramos en nuestra mente, pero realmente lo que capturamos no es del todo cierto, sino que son producto de nuestra conciencia. Son formas subjetivas de nuestro entendimiento y crean un mundo objetivo en el cual todo nos parece real, pero en realidad es una imagen derivada de nuestra interpretación particular.
Nuestro mundo es puramente consecuencia de nuestra conciencia objetiva, pero no podemos confiarnos de ella, ya que ésta no es símbolo de una realidad verdadera sino el resultado de nuestra percepción procesado a través de los filtros de nuestra memoria, nuestras emociones y sensaciones. Nuestras sensaciones actúan como el agua; ellas fluyen pero se acomodan a la forma del terreno, siendo éste la estructura de nuestras redes neuronales construidas a través de nuestras experiencias pasadas. Por ello nunca veremos las cosas como son y solo tendremos una visión previa desde un punto de vista de la razón. Aunque creamos conocer bien las cosas, lo único que vemos es el fenómeno que nos da nuestra mente.
Es sorprendente como este modo de ver la realidad se esconde y nos es oculto; pensamos que la realidad que vemos es cierta, que no es una mentira y que como vemos el mundo así es. No sabemos que solo conocemos “las cosas en mí y no las cosas en sí”. Pero eso se debe a nuestra experiencia, a nuestra visión y la veremos según las interpretemos, según como nosotros somos. Con todo ello podemos llegar a la conclusión qué nuestra conciencia tiene un gran poder sobre nosotros ya que nos hace crear mundos diferentes al verdadero, ponemos nuestras experiencias como fundamento para ver las cosas como nosotros deseamos o como nos vemos a nosotros mismos.
Sin duda alguna nuestro conocimiento comienza por la experiencia, pero eso no quiere decir que todo nuestro conocimiento se derive de ella y es por eso que Kant decía que para conocer plenamente, el entendimiento y la sensibilidad debían unirse. Todas estas distintas perspectivas sobre como vemos las cosas nos llevan a dos términos muy importantes en la filosofía de Kant que son: Noúmeno y Fenómeno: El primero es la cosa en sí, es la realidad tal y como pueda ser en sí misma, no importando las experiencias que tengamos sobre ella y el segundo es la realidad dependiendo del sujeto que la esté viendo. Por lo tanto según esa frase, las personas sólo podemos conocer fenómenos, jamás conoceremos los noúmenos porque siempre nuestra realidad y conocimiento se ven influenciados por nuestras experiencias. En conclusión, nadie verá de igual manera el mundo y por lo tanto, no conoceremos su esencia.
Y cabe entonces preguntarnos, como es que se construyen esos filtros del pensamiento? A lo largo de la historia y con mayor fuerza en los últimos años, se ha discutido sobre la importancia de nuestro pensamiento sobre nuestra experiencia cotidiana en el mundo real; en investigaciones relativamente recientes se ha descubierto la íntima relación que tiene el subconsciente con las redes neuronales de nuestro cerebro que se van construyendo gradualmente en el día a día. Estas redes neuronales constituyen la interpretación que cada uno de nosotros se forja sobre lo que es la realidad y si bien es cierto que sólo podemos ser capaces de percibir el fenómeno y no el noúmeno, también es cierto que las redes neuronales así construidas paulatinamente habrán de constituir nuestro sentido de realidad hasta que llegue el momento en que nuestras creencias se conviertan en nuestro mundo. De esta manera, tendemos a interpretar el mundo que nos rodea a través de los filtros construidos por nuestras experiencias pasadas y cada vez nos cuesta más trabajo percibir la realidad tal como es; se construyen sesgos cognitivos (efecto halo) que tienden a distorsionar la percepción de un objeto o de un sujeto, basándose tan sólo en la información previa registrada en nuestro cerebro y así, reforzamos nuestras creencias sobre algo o alguien. Además pasa por la florería Se construyen patrones de conducta repetitivos que conforman compulsiones que nos llevan a vivir una y otra vez los mismos eventos, las mismas circunstancias de vida y por el hecho de que no estamos conscientes que tan sólo son creencias, las vivimos y las sufrimos como si fueran una realidad inamovible; nos convertimos en víctimas de nuestros propios fantasmas: “… Mismo diablo, diferente infierno… “.
El empirismo es la corriente filosófica que propone que la verdad es adquirida a través de la experiencia y no por ningún otro medio mientras el racionalismo propone que la verdad se adquiere a través de la práctica de la razón, a través del arte de pensar. Ambas corrientes tienen su propio valor pero en el caso particular que nos ocupa, hemos de recurrir a la razón y comprender que la verdad que nosotros registramos en nuestro cerebro a través de redes neuronales que se fortalecen por medio de la repetición constante de la misma experiencia, no es otra cosa más que un conjunto de creencias construidas a través de los filtros de nuestro propio ser. Tenemos el privilegio de elegir seguir pensando de esa manera, o podemos abrirnos a la posibilidad de desafiar nuestras propias creencias, con el propósito de liberarnos de estructuras mentales que nos atrapan y nos compelen a repetir los mismos patrones de conducta.
Pero, ante todo esto, hay muy buenas noticias; hasta hace relativamente poco, la ciencia descubrió la capacidad que tiene el cerebro humano para “realambrarse” y así, generar nuevas redes neuronales y de esa manera dar lugar a nuevas creencias y nuevos patrones de conducta. La neuroplasticidad es la capacidad del cerebro humano de construir y reforzar nuevas redes neuronales a través de la experiencia; constantemente estamos configurando diversas partes de nuestro cerebro a través esta capacidad y en este momento, conforme lees estas palabras tu cerebro está experimentando el fenómeno de la neuroplasticidad.
Entendemos que muchas de nuestras creencias e interpretaciones de la realidad se alojan en una parte de nuestra mente que se conoce como el consciente y que la mayor parte de ellas, que nos son desconocidas, residen en otra parte de nuestra mente llamada el subconsciente; éste es de particular relevancia para nuestra reflexión. La sombra, como la denominaba Jung, es el conjunto de nuestras creencias de la vida de las cuales no tenemos conocimiento y que finalmente se convierten en nuestro “destino”.
En los años recientes la ciencia ha descubierto que podemos acceder al subconsciente y trabajar en el rediseño de todos esos circuitos de nuestra mente, a través del trabajo interior; prácticas como la meditación, la oración y la mantralización nos llevan a la construcción de nuevas redes neuronales que derivan en la creación de nuevas creencias, que se alojan en diferentes regiones del cerebro y que a la vuelta del tiempo constituyen paradigmas y patrones de conducta diferentes. Podemos, por así decirlo, sanar nuestra mirada de la realidad y reinventarnos a través de fortalecer nuestra conciencia objetiva, o sea la lectura que tenemos del mundo exterior como también y todavía más importante, de nuestra conciencia subjetiva, es decir el conocimiento que tenemos de nosotros mismos. Las experiencias suprasensibles del trabajo interior, por así llamarlas, nos abren un espacio entre ambas corrientes, ya sea el empirismo o el racionalismo y nos sirven para mejorar la calidad de nuestras vidas y nuestras relaciones con el mundo.
Existe una nueva corriente de investigación en el mundo llamada Noética (nous: conocimiento) que se está invirtiendo en la realización de experimentos y estudios orientados en el sentido que aquí discutimos. Los trabajos son altamente promisorios y los primeros hallazgos nos proponen que podemos ver el mundo de una manera diferente y nos podemos crear una realidad distinta; una vez más, ciencia y filosofía se toman de la mano para abrirse a la mirada de un nuevo horizonte, que irónicamente, no es nueva en la historia de la humanidad:
“… El que cree, crea; el que crea, hace…y el que hace, es Dios…!”
(Proverbio Maya)