por un clavo, se perdió la herradura;

por una herradura, se perdió el caballo;

por un caballo, se perdió el jinete;

por un jinete, se perdió la batalla;

por una batalla, se perdió el reino.

 

“…el diablo vive en los detalles… y Dios también!”

 

Es por demás evidente, que vivimos en un mundode profundos contrastes que van más allá de los que la naturaleza propiamente dicha nos marca; el día y la noche, el frío y el calor o la enfermedad y la salud, por mencionar algunos. Y aparenta ser también cierto, el que de manera natural busquemos siempre el lado positivo de las cosas, es decir, que busquemos el bienestar, la seguridad, la salud y el placer en general y que definamos todos ellos y muchos más como las directrices de nuestra vida. Tal vez nuestro sentido de realización y de felicidad se apoya en estos conceptos y la ausencia de todo aquello que nos provoca desagrado a cualquier nivel.

Así es como en nuestra cultura hemos aprendido a vivir, buscando el orden y rechazando el caos, de manera tal que en estos tiempos de reto y de transición es cada vez más difícil alcanzar ese tan anhelado bienestar. Es momento que revisemos el verdadero sentido de ambos conceptos: orden y caos.

Hagamos un viaje en el tiempo y regresemos entonces a los orígenes de nuestra cultura occidental; los griegos ya reflexionaban de manera profunda sobre este dilema y lo representaron sabiamente dentro de su mitología.  Como bien sabemos, el Olimpo estaba habitado por los grandes dioses que gobernaban el universo y se encargaban de que el orden cósmico se mantuviera.  Por otro lado y fuera del Consejo olímpico se encontraba un dios, excluido de este orden y del paradigma que representaba; este era Dionisos, el dios extraño.

La historia recuerda a este dios como la representación del caos, la transformación, la desmesura y como una fuerza que está más allá del control humano y que no nos es posible aplacar. La experiencia de su presencia era como estar al borde de un abismo; una sensación de vértigo y a la vez una fuerte atracción al vacío; como un fuerte deseo a dejar todo atrás para llegar a ser uno con el dios y tener la experiencia del éxtasis (gr. salir de sí, de la propia personalidad). De la misma manera vemos al caos ante el cual nos sentimos amenazados y a la vez atraídos; una experiencia que desafía nuestro orden y violenta nuestra paz mental, y sin embargo, nos ofrece una gran oportunidad: el poder deshacernos de las máscaras que portamos, la liberación de nuestra represión y descubrir nuestro verdadero rostro.

Una gran ironía dentro del gran concierto cósmico es la eterna danza entre el orden y el caos, en la que uno vive en el otro, desafiándose mutuamente, complementándose y fortaleciéndose todo el tiempo. En el orden subyace la semilla del desorden, que en el momento oportuno brota para aniquilarlo y dar lugar a algo nuevo; de la misma manera, dentro del caos subyace la semilla del orden, una nueva realidad de una calidad superior al anterior.

Ante la llegada de la mecánica cuántica principios del siglo XX, nos abrimos a un nuevo mundo de posibilidades y vemos ya desde una óptica completamente diferente el concepto del caos y el orden y ahora es necesario que extrapolemos tales principios a nuestra vida cotidiana y que comprendamos que la experiencia del caos es insoslayable y es necesaria en el devenir de nuestra conciencia; en este sentido, citamos a Nietzsche, “ lo que no te destruye, te fortalece “; el caos no está destinado a la destrucción, sino la transformación y en su centro encontramos la potencialidad absoluta de una nueva realidad y es nuestra responsabilidad abrir nuestra mente y nuestra imaginación para aceptarlo.

El mundo que vivimos hoy en día, con todas sus ventajas tecnológicas, es un orden sofisticado resultado de las grandes guerras del siglo XX con cambios políticos, sociales, económicos y científicos que dieron lugar a nuestra realidad actual. Ahí tenemos un ejemplo claro de cómo el caos de la Segunda Guerra Mundial se derivó un nuevo orden.

Ahora bien, todo parecer indicar que Dionisos de nuevo anda suelto, desafiando nuestra zona de confort así como nuestra mediocridad y recordándonos que en el rompimiento de estructuras anacrónicas y anquilosadas se encuentra la promesa del crecimiento y de un nuevo paso en la evolución de nuestra conciencia; ya con el entendimiento del verdadero sentido de esta crisis, podremos no solamente trascenderla, sino ampliar nuestra consciencia con la certidumbre de que el orden habrá de regresar a nuestras vidas.

El tiempo es el gran maestro que existe entre el orden y el caos; es el constante e insoslayable fluir de la vida y en el que no nos podemos aferrar a ningún aspecto de nuestra vida y tampoco podemos repetir ningún evento, por más que lo deseemos “nadie puede bañarse dos veces en el mismo río”. La permanencia del orden por un tiempo mayor al que le corresponde podría desencadenar en atrapamiento, ahogo y asfixia para culminar finalmente en descomposición.

Llevemos estas reflexiones al ámbito personal y reflexionemos como vive el caos y el orden en nuestras vidas cotidianas; ¿cómo sería deslavar el aura negativa con la que muchas veces se visten nuestros retos de vida y acaso apreciarlos como la presencia del dios Dionisos y de esa manera propiciar un momento de éxtasis a través del cual seremos capaces de experimentar una libertad hasta ese momento insospechada?

Hay aspectos de la vida que definitivamente no están bajo nuestro control, como por ejemplo la noche, el invierno y la lluvia entre otros y es demencial pretender gobernarlos. No obstante, existe un aspecto, entre todos los eventos de nuestra vida que siempre nos pertenece y es la respuesta que generamos ante tales circunstancias, cualesquiera que sean.

No rechacemos el caos o el desorden por la aparente amenaza que representa en nuestra vida; necesitamos tener una mente clara y un corazón tranquilo para trascender las tormentas que se nos aparecen. Démosles la cara y la bienvenida a esas situaciones, porque dentro de ellas está la semilla de nuestro crecimiento y nuestra realización; si negamos o le volteamos la cara a los procesos caóticos de nuestras vidas, nos estamos exponiendo a un enorme riesgo que se puede manifestar de diversas formas:

  • Prolongamos nuestro sufrimiento auto infringido pues los procesos de cambio entre orden-caos-orden tienen un principio y un fin todos ellos; pero por nuestra voluntad, podemos “prolongar” innecesariamente nuestra estancia en ellos simplemente por el temor a enfrentarlos. En la obra de la divina comedia de Dante, en la que narra la travesía por el infierno, se plantea que la única salida de éste se encuentra en su centro. Si hemos de salir de él, primero tenemos que atravesarlo. Si no nos atrevemos, entonces habremos de permanecer en él indefinidamente.
  • La relación entre el caos y el orden es siempre un proceso espiral ascendente, de tal suerte que el orden que deviene de una etapa caótica previa siempre es de mayor calidad que el anterior; resistirnos al caos es desaprovechar esta posibilidad y aferrarnos a un orden ya extinto, es asfixiarnos en un espacio que ya no nos aporta nada más para nuestro crecimiento.
  • Querer preservar el orden permanentemente es negarnos la experiencia del éxtasis, la frescura, la novedad y la libertad plena; romper ataduras, descubrir nuevos horizontes, fluir y danzar en el más puro estilo dionisiaco y celebrar el aquí y el ahora.

Finalmente, lo que no te destruye, te fortalece, decía Nietzsche. Rompamos el mito impuesto por un paradigma cultural que venera el orden de una manera neurótica y que hoy está entrando a caos. Permitamos la regeneración en nosotros y volvamos a nacer.