Arte
La estrecha relación que el ser humano tiene con la naturaleza se fundamenta desde tres perspectivas: desde su pensar, su sentir y su actuar. A través del pensar, interpretamos el mundo, lo analizamos, lo comprendemos, sacamos conclusiones y tomamos decisiones que luego vamos a ejecutar a través de nuestro actuar y así es como hemos vivido el mundo durante siglos enteros.
Pero hablemos por un momento sobre lo que es el sentir, que también es una fuerza poderosa en la experiencia humana; el sentimiento es el medio a través del cual experimentamos nuestra relación con la vida; es la experiencia viva que va más allá de la razón y del intelecto y se lleva a cabo a través del mundo de las emociones.
Es a través de la experiencia de los sentimientos y de las emociones que el hombre ha podido establecer una relación mucho más íntima con la naturaleza, porque la emoción es la fuerza motriz que nos compele al actuar. Desde los tiempos de la prehistoria podemos encontrar las famosas pinturas rupestres, en las cuales se ven figuras de cazadores persiguiendo animales y tal vez esto es una representación gráfica de cómo el hombre buscaba motivarse, aclarar su mente y actuar.
De la misma manera, dentro de nuestra búsqueda empezamos a concebir la existencia de fuerzas sobrenaturales a las que llamamos dioses y llegamos a representarlos acaso a través de la escultura, o la pintura, o la música, o tal vez la poesía. Los impregnamos de emociones humanas, de pasiones, de sentimientos y de experiencias mundanas, porque mientras más humanos eran los dioses, más divinos eran los humanos.
A través del arte trascendemos mas allá de la muerte; rebasamos el intelecto pero tocamos el corazón, donde nace la inspiración, el amor a la vida y el coraje para actuar.
El artista es un visionario de la verdad, porque se asoma a una realidad insospechada para la ciencia e inaprehensible para la filosofía. No podemos imaginarnos una humanidad sin arte, que sea capaz de atrapar y plasmar en nuestra memoria nuestro sentido de lo bello y lo metafísico. Al final de cuentas, si pudiéramos comprender al universo de una manera más simple, diríamos que el arte es el gran logro del silencio y la contemplación ; que el silencio es la verdadera voz de Dios y el universo es el lienzo donde él/ella ha plasmado su sentir.
El Arte al servicio de la Consciencia
Y Dios dijo: “…hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza… “
(Génesis 1:26)
Al igual que la divinidad, somos seres creadores y creamos nuestra realidad a nuestra imagen y conforme nuestra semejanza; creamos todas nuestras experiencias, nuestras más terribles pesadillas y nuestros más hermosos sueños y todos ellos provienen de imágenes que viven en nuestra mente, para luego manifestarse en el mundo físico que perciben nuestros sentidos. Desde el principio de los tiempos el arte ha sido capaz de plasmar en sus diferentes expresiones, tales como la escultura, pintura, música y poesía (entre otros), todas estas imágenes que se viven a través de pensamientos, emociones y sensaciones.
Al apreciar una obra de arte, acaso seremos capaces de extraer de la figura, el trazo, la palabra, la nota musical, etc., la belleza, la armonía, la profundidad de un instante, o acaso una reflexión que nos acompañe a conformar una mirada distinta de la vida y de nosotros mismos. Las imágenes reverberan en lo profundo de nuestro interior más allá de nuestro consciente y nos invitan a recordar lo real y absoluto en nosotros; ahí se sustenta nuestra fe, nuestra convicción y determinación para vivir, para Ser.
Es nuestra oportunidad para rescatar una de las virtudes más preciadas en el ser humano que es el asombro y la admiración. Apreciar lo bello y lo noble de la naturaleza, del mundo que vivimos, del aquí y el ahora. Al rescatar esa virtud en nosotros, nos abrimos a la potencialidad absoluta de recordar nuestra esencia, el para qué de nuestra aventura en la vida y muchas veces también, del cómo vivir cada momento. El arte nos recuerda que mientras nuestro corazón siga latiendo, tenemos una oportunidad de alcanzar la realización y que cada latido es un recordatorio de plasmar esa única y singular obra maestra que es nuestra propia vida.
A lo largo de la historia, la humanidad ha incursionado en múltiples sendas artísticas derivadas de los diversos momentos históricos y de las más variadas geografías. Cada obra de arte es una criatura de su época y en muchos casos, la madre de nuestras emociones. Desde las cuevas de Altamira hasta el cubismo de Picasso, el alma humana ha explotado los pigmentos de la tierra, para captar las esencias del cielo. Tenemos expresiones de un profundo misticismo desde el canto gregoriano del medioevo, hasta el manejo de la forma y el color en el triángulo y el círculo en la obra de Kandinsky. Comprendemos el íntimo cortejo entre el orden y caos cósmicos a través de la obra de Pollock o sumirnos en el misterio de la vida y la muerte con el Réquiem de Mozart. El artista es capaz de sintetizar en pocos trazos del corazón, el drama y la belleza del instante presente; a modo de ejemplo, recordamos a Michelangelo Merisi Da Caravaggio cuando expresa con simpleza absoluta y elocuencia insondable a través de su chiaroscuro, el misterio de la vida: “… La oscuridad le dio luz...”; o podemos perdernos y encontrarnos en el paroxismo del amor a través de la letra de Neruda; “… puedo escribir los versos mas tristes esta noche...”
El arte es inaprehensible desde el intelecto y no se digiere desde la razón. Es menester abrir la profundidad de nuestro ser a través del silencio, la quietud y la observación. A través del estado de atención en el aquí y en el ahora puedo fusionar mi experiencia del momento en una obra artística, evocar lo real y trascendente en mí y a través de ambos, vivir el asombro y la catarsis que me conducen a lo noble, lo bello y lo real.
“Vi a Dios tan de cerca, que perdí la fe… ” (Egidio de Asís, ca. 1174)
Adentrémonos pues con liviandad en la verdad inefable de nuestro Ser.
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“…en la vida, todo es una metáfora” “Cerrar los ojos… no va a cambiar nada.
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